
Vastas extensiones de la Tierra cuyo suelo ha permanecido helado durante milenios se enfrentan hoy al cambio climático. Por Barry Lopez; fotografías de Bernhard Edmaier
La luna es un paisaje extraño y remoto, aunque fascinante, que todos conocemos. La imaginamos desde la ventana de nuestra casa como un lugar de ausencias. Sin viento, ni una brizna de hierba mecida por la brisa. Sin gente. Sin ríos cantarines ni rastro de animales. Pero aun así, de una belleza ultraterrena. En una noche despejada, con unos prismáticos de diez aumentos, los cráteres, las mesetas, las depresiones y los mares se ven con tanta nitidez, y los juegos de luces y sombras son tan cautivadores, que la geografía lunar puede producir una sensación de júbilo. No es fácil expresar la belleza de un momento como ése. Es como si esa belleza, intangible, no estuviera en la propia Luna, en sus llanuras basálticas y sus cráteres, sino en la capacidad del observador para apreciarla. Cuando una porción de la Luna queda nítidamente enfocada por los prismáticos y cobra vida a los ojos del observador, éste experimenta una especie de euforia que no se justifica por la Luna en sí misma. Para algunos, es la emocionante sensación de estar vivo.
La luna es un paisaje extraño y remoto, aunque fascinante, que todos conocemos. La imaginamos desde la ventana de nuestra casa como un lugar de ausencias. Sin viento, ni una brizna de hierba mecida por la brisa. Sin gente. Sin ríos cantarines ni rastro de animales. Pero aun así, de una belleza ultraterrena. En una noche despejada, con unos prismáticos de diez aumentos, los cráteres, las mesetas, las depresiones y los mares se ven con tanta nitidez, y los juegos de luces y sombras son tan cautivadores, que la geografía lunar puede producir una sensación de júbilo. No es fácil expresar la belleza de un momento como ése. Es como si esa belleza, intangible, no estuviera en la propia Luna, en sus llanuras basálticas y sus cráteres, sino en la capacidad del observador para apreciarla. Cuando una porción de la Luna queda nítidamente enfocada por los prismáticos y cobra vida a los ojos del observador, éste experimenta una especie de euforia que no se justifica por la Luna en sí misma. Para algunos, es la emocionante sensación de estar vivo.
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