Un sorprendente mural de 2.000 años de antigüedad descubierto hace cinco años en el yacimiento guatemalteco de San Bartolo está reescribiendo la historia de los mayas y revelando importantes datos sobre la cosmogonía de aquella civilización. Por William Saturno; Fotografías de Kenneth Garrett
Los dos artistas trabajaron a la luz de las antorchas o del sol matinal. Quizá fueran gemelos, como los héroes del mito maya, aunque cada uno tenía un estilo diferente. Seguramente se habían preparado para su oficio desde niños, copiando imágenes y textos de los manuscritos plegados en acordeón que contenían la historia y mitología mayas. Ahora, de sus trazos con los pinceles, los dioses y sus actos de creación cobran vida sobre el yeso pulido. El resultado, que abarca al menos dos muros de una sala anexa a la base de una pirámide, es una obra maestra nacida con dos fines: honrar a los dioses e ilustrar el derecho divino de un rey a gobernar. El primero la convirtió en intemporal; el segundo, acortó su vida. Tras unos decenios, la sala fue enterrada bajo una pirámide mayor, monumento erigido a un nuevo monarca en la antigua ciudad de San Bartolo. Allí permanecieron las pinturas, ocultas en la selva guatemalteca durante más de 2.000 años. Yo tuve la fortuna de ser uno de los descubridores del mural, que ha revelado la antigüedad y perdurabilidad de los mitos mayas de la creación. Todo empezó en marzo de 2001, cuando por casualidad entré en la zanja que unos saqueadores excavaron en una pirámide y vi el rostro del dios del maíz, observando por encima de su hombro a una hermosa doncella.
Los dos artistas trabajaron a la luz de las antorchas o del sol matinal. Quizá fueran gemelos, como los héroes del mito maya, aunque cada uno tenía un estilo diferente. Seguramente se habían preparado para su oficio desde niños, copiando imágenes y textos de los manuscritos plegados en acordeón que contenían la historia y mitología mayas. Ahora, de sus trazos con los pinceles, los dioses y sus actos de creación cobran vida sobre el yeso pulido. El resultado, que abarca al menos dos muros de una sala anexa a la base de una pirámide, es una obra maestra nacida con dos fines: honrar a los dioses e ilustrar el derecho divino de un rey a gobernar. El primero la convirtió en intemporal; el segundo, acortó su vida. Tras unos decenios, la sala fue enterrada bajo una pirámide mayor, monumento erigido a un nuevo monarca en la antigua ciudad de San Bartolo. Allí permanecieron las pinturas, ocultas en la selva guatemalteca durante más de 2.000 años. Yo tuve la fortuna de ser uno de los descubridores del mural, que ha revelado la antigüedad y perdurabilidad de los mitos mayas de la creación. Todo empezó en marzo de 2001, cuando por casualidad entré en la zanja que unos saqueadores excavaron en una pirámide y vi el rostro del dios del maíz, observando por encima de su hombro a una hermosa doncella.
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