LOS BUDAS


S ayyed Mirza señala el inmenso nicho en la roca. Arriba se divisa una especie de balcón, más o menos a la altura donde estaba la cabeza del gran Buda. Desde allí, dos soldados talibanes sostenían la cuerda de la que colgaba Sayyed el 8 de marzo de 2001, aún invierno en este valle situado a 2.500 metros de altitud. –Pendía de una cuerda de cáñamo sostenida por mis enemigos –recuerda–. Mi misión consistía en taladrar agujeros en el cuerpo de los Budas.Hace 1.500 años, monjes budistas esculpieron las monumentales figuras en la blanda piedra, impresionantes símbolos de su fe. Eran las estatuas más colosales de un Buda en pie que se habían modelado hasta entonces: 55 metros de altura, la grande; 38, la pequeña. Ahora los nichos están vacíos. Y las 750 antiquísimas grutas, que perforan la pared rocosa de dos kilómetros de longitud, se encuentran abandonadas. Allí oraban los monjes y vivían familias de la etnia hazara, que fueron expulsadas. También le tocó irse a Sayyed, que tuvo que preparar la destrucción de las estatuas:–Después de taladrar los agujeros, tenía que colocar los explosivos y los detonadores.Se sentía como cómplice de un asesinato. Ahora me muestra el lugar donde ocurrió el crimen. Un empinado sendero serpentea hacia arriba hasta la bóveda del nicho del gran Buda. El camino está marcado con señales rojas y blancas. El blanco significa que puede pisarse sin miedo. El rojo, que hay peligro de minas. Algunas datan de los años ochenta, cuando el ejército soviético luchó en Afganistán. Otras han sido colocadas por los talibanes. Mientras ascendemos, observo cómo los soldados del Gobierno, provistos de prismáticos, radios y kalashnikovs toman posiciones en la montaña. Han sido enviados por la gobernadora de Bamiyán, Habiba Sarabi, de 51 años, la única mujer afgana que ocupa un cargo importante. Los soldados tienen la misión de hacer frente a posibles francotiradores y terroristas, pues seis años después de la huida del mulá Omar, jefe talibán, sus discípulos han vuelto a cobrar fuerza. El espacio delante del nicho del gran Buda sería un objetivo idóneo, porque precisamente aquí va a ser proyectado mañana un documental del director suizo Christian Frei. Titulado Los Budas Gigantes, trata sobre fe, fanatismo y odio. Y sobre los avatares de los hazara. Con la película regresarán al valle acontecimientos históricos, imágenes y personas del pasado. Sayyed es uno de los protagonistas, porque le obligaron a colaborar en la destrucción de las estatuas. A media altura, el sendero desemboca en la bóveda del nicho y en el balcón del que Sayyed colgó cargado de dinamita, como si fuera un terrorista suicida. –Con cada tirón de cuerda pensaba que me caía... Pero los talibanes, riéndose, me volvían a subir –recuerda asustado.Aún es joven. Si suma su infancia, los años de las guerras, el régimen talibán y los muchos meses pasados desde la huida del mulá Omar, llega a la conclusión de que debe de haber nacido en torno a 1973, cuando fue derrocado Sahir Shah, el último rey de Afganistán.Desde la plataforma, nuestra vista se cierne sobre el valle, que luce un verde irreal, como un espejismo entre montañas marrones sin vegetación.


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