En el árbol genealógico de la humanidad ha brotado una nueva rama gracias al último descubrimiento de la paleoantropóloga Meave Leakey: el cráneo de un homínido de rostro plano, bautizado como Kenyanthropus platyops, al que se atribuye una edad de entre 3,5 y 3,2 millones de años y que presenta diferencias significativas con respecto a Australopithecus afarensis.
Diez años de búsqueda en la yerma ribera occidental del lago Turkana, en Kenya, han originado una fuente de hallazgos, pero el premio gordo –un cráneo de homínido– se resistía a aparecer. Cuando la campaña de 1999 tocaba a su fin, Meave Leakey trasladó a su equipo de buscadores de fósiles a una parte nueva del ancestral paisaje. Al segundo día, después de pasar varias horas caminando con la espalda doblada y los ojos fijos en el suelo, Justus Erus reparó en un fósil que asomaba entre el polvo. «¿Será un mono?», se preguntó. Meave supo enseguida que se trataba de un homínido, uno de los antecesores bípedos del género humano. Se arrodilló y empezó a separar fragmentos de hueso de la arcilla dura, soportando un calor de 43 °C. Tardó varios días en desenterrar el fósil y poder trasladarlo a un laboratorio en Nairobi. Un año y medio después, cuando sólo quedaba por encajar los fragmentos más pequeños, el cráneo resultante hizo tambalear el árbol genealógico del hombre.
Diez años de búsqueda en la yerma ribera occidental del lago Turkana, en Kenya, han originado una fuente de hallazgos, pero el premio gordo –un cráneo de homínido– se resistía a aparecer. Cuando la campaña de 1999 tocaba a su fin, Meave Leakey trasladó a su equipo de buscadores de fósiles a una parte nueva del ancestral paisaje. Al segundo día, después de pasar varias horas caminando con la espalda doblada y los ojos fijos en el suelo, Justus Erus reparó en un fósil que asomaba entre el polvo. «¿Será un mono?», se preguntó. Meave supo enseguida que se trataba de un homínido, uno de los antecesores bípedos del género humano. Se arrodilló y empezó a separar fragmentos de hueso de la arcilla dura, soportando un calor de 43 °C. Tardó varios días en desenterrar el fósil y poder trasladarlo a un laboratorio en Nairobi. Un año y medio después, cuando sólo quedaba por encajar los fragmentos más pequeños, el cráneo resultante hizo tambalear el árbol genealógico del hombre.
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