Del tamaño de Francia y Benelux juntos, la Media Luna Vacía, como se conoce el gran desierto del sur de la península Arábiga, constituye el mayor mar de arena del mundo y uno de los lugares más calurosos del planeta, con temperaturas que pueden alcanzar los 60°C. Hoy, el petróleo y la política están remodelando la identidad de este territorio, tradicionalmente definido por la cultura beduina, que se extiende por cuatro naciones árabes. Por Donovan Webster; Fotografías de George Steinmetz
Aedaa bin Hassan me saluda por boca de su Kaláshnikov. Mientras mi todoterreno avanza a sacudidas por el lecho seco de un río hacia su tienda de lona blanca en la Media Luna Vacía de Arabia, Bin Hassan me expresa la tradicional hospitalidad beduina. ¡Crac! Un grueso proyectil de 5,45 milímetros hiende el cielo azul, tras pasar zumbando junto a la ventanilla de mi coche. El estruendo del fusil resuena en ecos por el árido barranco. Inspiro profundamente. Al fin y al cabo, ¡estamos en Yemen!, un país pobre del sur de Arabia, donde la cultura de las armas de fuego está tan arraigada que su sociedad es una de las más armadas del mundo. Sin embargo, pese a la abundancia de armas, imperan los buenos modales, especialmente entre los pastores beduinos. Así pues, tal como manda la tradición, seguimos acercándonos a la tienda de Bin Hassan y dejamos que complete su bienvenida. ¡Crac! Otra bala lacera el cielo de la tarde y desgarra el aire sobre mi cabeza. Aedaa bin Hassan ya ha concluido su saludo. Detenemos el convoy a 300 metros de su tienda, bajo un sol abrasador. En el vehículo de delante, Awad –oficial del ejército yemení asignado para guiarme– me hace una señal para indicarme que espere. Entre los beduinos es costumbre que un representante de los visitantes se separe del grupo y declare sus intenciones a los anfitriones, tras recibir su saludo. Por eso Awad se aleja del convoy en su todoterreno y se apea a unos 200 metros de la tienda.
Aedaa bin Hassan me saluda por boca de su Kaláshnikov. Mientras mi todoterreno avanza a sacudidas por el lecho seco de un río hacia su tienda de lona blanca en la Media Luna Vacía de Arabia, Bin Hassan me expresa la tradicional hospitalidad beduina. ¡Crac! Un grueso proyectil de 5,45 milímetros hiende el cielo azul, tras pasar zumbando junto a la ventanilla de mi coche. El estruendo del fusil resuena en ecos por el árido barranco. Inspiro profundamente. Al fin y al cabo, ¡estamos en Yemen!, un país pobre del sur de Arabia, donde la cultura de las armas de fuego está tan arraigada que su sociedad es una de las más armadas del mundo. Sin embargo, pese a la abundancia de armas, imperan los buenos modales, especialmente entre los pastores beduinos. Así pues, tal como manda la tradición, seguimos acercándonos a la tienda de Bin Hassan y dejamos que complete su bienvenida. ¡Crac! Otra bala lacera el cielo de la tarde y desgarra el aire sobre mi cabeza. Aedaa bin Hassan ya ha concluido su saludo. Detenemos el convoy a 300 metros de su tienda, bajo un sol abrasador. En el vehículo de delante, Awad –oficial del ejército yemení asignado para guiarme– me hace una señal para indicarme que espere. Entre los beduinos es costumbre que un representante de los visitantes se separe del grupo y declare sus intenciones a los anfitriones, tras recibir su saludo. Por eso Awad se aleja del convoy en su todoterreno y se apea a unos 200 metros de la tienda.
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