Gracias a su enorme envergadura alar, los albatros pueden recorrer miles de kilómetros sin detenerse a descansar en tierra firme. Por Carl Safina; fotografías de Frans Lanting
Un albatros es la más grandiosa máquina voladora viviente de la Tierra. Un albatros es hueso, pluma, músculo y viento. Un albatros es un ave art déco, de impresionante diseño y líneas puras, épico en sus viajes y heroicamente fiel. Un albatros puede volar más de 15.000 kilómetros para llevar una sola ración de comida a su pollo. Poseedor de las alas más largas de la naturaleza (hasta tres metros y medio de envergadura), un albatros puede planear cientos de kilómetros sin batirlas, atravesando océanos y circunnavegando el globo. Un albatros de 50 años ha recorrido, por lo menos, seis millones de kilómetros volando. No son muchos los que conocen a los albatros. La mayoría tiene de ellos la vaga impresión de que son unas aves grandes y torpes, quizá por culpa de la Balada del viejo marinero, que Samuel Taylor Coleridge escribió en 1798. En realidad, Coleridge nunca había visto un albatros. Y la mayoría de la gente no ha leído el poema. En él, el benevolente albatros hincha de viento las velas del barco y lo ayuda a avanzar. Cuando el marinero mata impulsivamente al animal, la tripulación se espanta; como castigo, lo obligan a llevar al cuello el enorme cadáver del ave.
Un albatros es la más grandiosa máquina voladora viviente de la Tierra. Un albatros es hueso, pluma, músculo y viento. Un albatros es un ave art déco, de impresionante diseño y líneas puras, épico en sus viajes y heroicamente fiel. Un albatros puede volar más de 15.000 kilómetros para llevar una sola ración de comida a su pollo. Poseedor de las alas más largas de la naturaleza (hasta tres metros y medio de envergadura), un albatros puede planear cientos de kilómetros sin batirlas, atravesando océanos y circunnavegando el globo. Un albatros de 50 años ha recorrido, por lo menos, seis millones de kilómetros volando. No son muchos los que conocen a los albatros. La mayoría tiene de ellos la vaga impresión de que son unas aves grandes y torpes, quizá por culpa de la Balada del viejo marinero, que Samuel Taylor Coleridge escribió en 1798. En realidad, Coleridge nunca había visto un albatros. Y la mayoría de la gente no ha leído el poema. En él, el benevolente albatros hincha de viento las velas del barco y lo ayuda a avanzar. Cuando el marinero mata impulsivamente al animal, la tripulación se espanta; como castigo, lo obligan a llevar al cuello el enorme cadáver del ave.
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